Lydia Azout es dueña de una vitalidad envidiable.
Tiene 80 años y no se notan ni en su cara ni en su espíritu. “Empecé tarde”, dice, “solo tuve un taller cuando tenía 32 años”. No estudió arte en la universidad, porque “primero me dediqué a mis hijos”, afirma; cuando vio que en el colegio y en el jardín sus tres hijos se defendían de maravilla, empezó a tomar clases con David Manzur, y más tarde, en los años 80, con el maestro conceptualista uruguayo Luis Camnitzer en Italia. Fue una combinación perfecta; lo mejor de dos formas totales de ver el arte: la combinación de la belleza y la inteligencia. Ella –por su lado– no siguió el camino de ninguno de los dos y encontró en la escultura y en el hierro su forma de conectarse con el mundo.
“Me gusta el arte directo; ver lo que estoy haciendo. Y eso me lo dan el hierro, la soldadura, los moldes; tengo –eso sí– dos reglas inquebrantables: que cada obra pueda desarmarse y que cada pieza pueda levantarse entre máximo cuatro personas. La segunda: que nunca haya el más mínimo peligro”.
Sus esculturas están en varias colecciones y una de sus obras públicas es un referente fresco del centro de Bogotá: unos poderosos aros de hierro en las escaleras de la entrada del Mambo. Su exposición en la Galería Alonso Garcés Tierra Vieja / Tierra Nueva tiene ese tono contundente de la gran escultura: son piezas tan fuertes que aplastan todo; hasta el sonido. Es imposible no quedarse en silencio en la sala principal. “La obra”, explica, “es una reflexión sobre la destrucción y el renacimiento de la Tierra; hemos destrozado la naturaleza, pero siento que hay una nueva consciencia global, un renacimiento, por eso hay dos círculos, uno oscuro y otro lleno de luz”.
La segunda parte de la exposición continúa con esa vitalidad y ese optimismo desbordado. Y el tema principal es el agua, el mar, hay una gran instalación con fotos de diferentes mares que se combinan en una magnífica caja de luz. “Soy buzo”, dice Lydia. “Y el mar está desde que comenzó la tierra. Me encanta estar abajo rodeada de diferentes formas de vida”. Este es su Autorretrato.
¿Ha llorado frente a alguna obra de arte?
Sí, frente a un cuadro gigante de Mark Rothko.
¿Con qué artista le gustaría exponer en la misma sala?
Con Duchamp.
¿Cuál fue la primera obra de arte que vio en su vida?
La naturaleza.
¿Alguna vez ha tenido un accidente con una pieza o con el fuego?
Solo gajes del oficio: pequeñas quemaduras; nunca hago nada peligroso.
¿Tiene horarios de trabajo?
Mi cabeza siempre está trabajando.
(Además: Los ‘chircales’ y otras postales de Bogotá, en una nueva exposición).
¿A qué artista vivo o muerto le encargaría que pintara su retrato?
A ninguno. No me interesa un retrato mío.
¿Cuál es el artista que más admira en Colombia?
Doris Salcedo, Feliza Burzstyn, Eduardo Ramírez Villamizar…
¿Cuál es su libro de arte de cabecera?
Mi diario.
¿Cómo nacieron las piezas de esta exposición?
Viendo los abusos del ser humano hacia la naturaleza. Me imaginé el cambio de un planeta cansado de los golpes.
¿Qué significa el agua en esta muestra?
Es mi pasión; el agua tiene memoria. Es vida.
¿Cuál es, hasta ahora, su obra maestra?
Los mundos, en Garcés.
¿Cuál es la colección a la que pertenece que más la hace sentirse orgullosa?
Los Umbrales del Mambo.
¿Por qué?
Me encanta ver cómo la gente interactúa; me gusta compartirla. Hubo un estudio profundo de cada detalle. El reto del montaje fue, justamente, fijarla para que la gente entrara y saliera de ella y que soportara toda esa interacción.
¿Recuerda quién compró su primera obra?
Mi mamá.
¿Cómo nació su relación con la escultura y con el hierro?
Fue una progresión natural hacia la tridimensionalidad.
¿Cuál ha sido su peor crisis creativa?
No me presiono.
¿Por qué decidió convertirse en artista?
Fue una necesidad.
¿Conserva sus dibujos de niña?
No.
(De su interés: Cincuenta años después, el pincel de Picasso conserva su magnetismo
AFP y EFE).
¿Cuántos años lleva de carrera?
48
¿Cuál es la crítica que más le ha molestado?
Mi peor crítica soy yo misma.
¿Y la qué más la ha hecho feliz?
Cuando veo al público interactuar, especialmente la gente joven y los niños.
¿Tiene alguna obra que no haya querido vender?
Casi todas; son como hijos.
¿Cuántas piezas cree que ha producido?
¡Muchísimas!
¿Considera que es una genio?
¡Para nada!
¿Qué tan ordenado es su taller?
Más o menos…
¿Colecciona obras de otros artistas?
Sí, muchos.
¿Qué obra del arte universal le gustaría tener en la sala de su casa?
Algunas piezas de William Kentridge y de Amsel Kiefer.
(Puede leer: La mayor feria de arte de Latinoamérica apuesta por la diversidad).
¿Cuál es el artista que más la ha inspirado y el que más ha estudiado?
Varios, entre otros, el japonés Isamo Noguchi y la estadounidense de origen ucraniano Louise Nevelson.
¿El arte digital es el futuro? ¿Ya tiene NFT’s?
A la larga, no. No tiene consciencia, es un híbrido.
¿Por qué vale la pena comprar una obra suya?
Solo vale la pena comprar una obra si lo llama a uno.
Ver fuente original: ElTiempo.com